Vivimos en un pentagrama en el que lo importante es
el Yo sostenido.
el Yo sostenido.
Donde la música se ha convertido en el ruido
de nuestros escombros reventando contra el suelo,
acompañado con una suave melodía de cristal,
que nos hace añicos el futuro.
Y dudamos,
sosteniendo el puñal afilado a base de
decepciones en una mano
y cruzando los dedos con la otra,
suplicando que no nos salpique el olor de nuestra
propia sangre.
Tenemos las carteras llenas de deudas,
y lo que es aún peor,
las pupilas plagadas de dudas.
Brillamos menos,
porque llamar la atención ha adquirido
acepciones
con las que no quisimos jugar.
Y ahora,
nos sumergimos en nuestras profundidades sin
preocuparnos por volver a la superficie o a respirar.
Nos empeñamos en echar el ancla para evitar
que se hunda el barco,
y ahora que todo comienza a inundarse,
no encontramos ningún capitán a bordo.
O se ha marchado o como todos: nunca ha
estado.
Lloramos en silencio,
porque los muros de papel amplifican el
sonido con la misma facilidad con la que se derrumban cuando intentas sostenerte.
Nos tragamos los vómitos de palabras que riman con el pozo que tenemos por presente.
Y tocamos fondo sin querer evitar la caída.
¿Y sabéis que?
Aun así, aullamos por la noche a la luna para que quede claro,
Aun así, aullamos por la noche a la luna para que quede claro,
que no vamos de corderos
y sobre todos,
que no seremos degollados.
"Ésta es nuestra música
y no vamos a irnos a tocar
a ninguna otra parte".
"Ésta es nuestra música
y no vamos a irnos a tocar
a ninguna otra parte".
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